Hoy ha sido un día de los que antes eran habituales en mi vida. No me olvido de las preocupaciones nuevas, pero la costumbre, los usos, los modos han sido los que acostumbraba. Y también los 45 minutos de soledad en el coche, oyendo el último disco de Luis Ramiro, a quien iré a ver la semana que viene a su casa, que es Madrid.
Ese momento de pensar me ha traído, cómo no, demasiadas cosas a la cabeza. En estos momentos, en medio de una guerra emocional que hace desviar todos los recursos a lo indispensable, voy dejándote cada vez más afuera de mi vida, voy olvidándome más de ti, voy dejando los sueños languidecer, morir, cubrirse de polvo y olvido. Es lo que tiene la guerra, es lo que tiene tener que sobrevivir a toda costa, es lo que tiene la vida, que te muestra de manera inapelable el espectro que eres, la realidad descarnada que me dice que tú ya no eres tú, que sigo buscando quizá lo inexistente. Que, como Onán, he derramado demasiado en vano. Quizá debiera dejar de pensar tanto y sentarme más al sol.
En la oposición de Emilio, grande entre los grandes, echando de menos todo lo que era antes mi vida, todas las cosas interesantes que me estoy perdiendo, mi aventura del saber. Con ganas de dejarlo todo y dedicarme a mí, descubrirme después de tanto andado. Despertarme feliz a tu lado, dejarme llevar por tu risa, por tu aire, por tu pelo. Feliz los domingos al sol y las noches en tu cama. Volverme loco con tu gato y tus días rojos. Desayunar en Tiffany’s mientras no hago otra cosa que mirarte.