Este es un año totalmente mítico, totalmente para olvidar. Vitalmente va a ser un año que marcará un punto de inflexión, un punto y aparte en mi vida. Yo, que lo tenía todo salvo mis sueños, decido embarcarme en una aventura equinoccial (como si fuera Aguirre el Loco) que me aleja de todo, de todos, que me aleja de ti (suponiendo que alguna vez estuvieses cerca). Aparte de la exposición pública, aparte de haber descendido a la sentina del egoísmo humano, aparte de haber conocido lo peor de muchas personas, tengo ante mí el reto de cambiar el mundo en que vivimos, pese a quien pese, caiga quien caiga.
No os imagináis lo que cuesta hacer lo correcto, cuando los necios se conjuran para que nada cambie, para que no saquemos en este triste país la cabeza y podamos dar el paso adelante que nos ha faltado en la historia como sociedad, como país. Como pueblo.
En lo personal, casi todo anda manga por hombro. Porque llegar hasta aquí ha supuesto violentar los pocos sueños que me quedaban, hipotecar mi vida por nada y por nadie (en realidad por mucha gente), renunciar a tener esperanza. Esa suerte de desahucio de ti, de tenerte, de soñarte. Un baño de realidad que te ha desnudado, que te ha destruido, quizá porque me ha destruido a mí y ahora ya no sueño con perderme.
Necesito salvación, necesito un rescate en toda regla, con alguien que me reconstruya, que me saque del agujero y me ponga al sol. Dos viales de esperanza en vena , una sonrisa, el sol en la cara y una sonrisa bobalicona, poder acariciar la curva de tu espalda mientras duermes, que todo esto valga la pena. Sólo quería eso.
Aunque ahora no lo veo. No te veo a ti, no me veo a mí, sigo viendo la trinchera y el barro, no me apetece salvarme, sólo me apetece llorar inconsolado viendo «¡Qué bello es vivir!», llorar por ser un cobarde, por haber dejado escapar tantos sueños. Y ahora mi caballo está reventado en el arcén, y tengo en la boca ese regusto metálico a derrota que tiñe de irracional a situación.
Ya no tengo ganas de fugarme contigo. Quizá eso sea lo que más me duele. Ahora que ya no quiero seguir andando, que no encuentre razones para levantarme muchas mañanas, que tú no seas tú sino otra, que Buttercup dejara de ser la muchacha de belleza y lealtad incomparables para ir a casarse con Sean Penn. Lástima de hobbit, lástima de todo lo que el hábito lame para darle suavidad satisfactoria.
No sé si en 2016 vendrá alguien a salvarme, a convencerme de que no todo está perdido, a darme el pistoletazo de salida, a convencerme de que tu risa es la mejor manta para pasar el invierno.