Yo quería
escribir poesía
que no hablara de ti,
del amor ni de la vida.
Hablar,
por ejemplo,
del sol que se derrama entre las ramas,
del viento que peina los sauces,
de las alambradas que erizan
los campos donde perdimos la inocencia
y los papeles.
Quizá hablar de la vieja Europa,
de las calles donde la historia
se escribió
con sangre, con doblones, con cañones.
Pero no me vienen las musas a visitar
si no hablo de ti.
Si no no añoro tus ojos
y tus manos en mi espalda.
Si no me azota el frío
en el pasillo de tu casa
y debo acampar a esperar a que escampe la ventisca
que me azota fiera en tu pasillo,
a esperar
a que vengas del trabajo a sacarme de mi iglú,
a encender el sol con tus caderas,
la ilusión con tu boca.
Si no hablo de ti,
de tu vida,
de tu risa,
de todo lo que alejas
cada vez que la ventanilla roba tu espíritu,
cada vez que el domingo dicta su condena
para esconderme la paz de los días laborables,
para dejarme sin tu aliento y tu esperanza.
Para arrojarme a los pies de los caballos
otra vez,
para batirme en duelo,
espada en mano,
deseando ver otro amanecer
en tus ojos,
en tu pecho,
entre tus piernas.
No sé escribir poesía
si no es para que tú no me leas.