Pasan los días, y uno asume lo correcto. Odiar sirve para mantenerme en guardia, odiarte sirve para correr más y más kilómetros en la noche mientras te llamo a gritos de silencio y no respondes, mientras estás en cualquier bar pegando saltos de alegría.
La realidad me sigue abofeteando a cada paso que doy, y yo echo de menos emborracharme de Macallan y soñar con que esa noche puede que duerma contigo. Ni siquiera me dejas la esperanza de besarte, y no quiero que quedemos como amigos. ¿Por qué tenemos que discutir si podemos arreglarlo con los puños?
Londres es menos Londres sin ti. Cualquier ciudad gris esconde el deseo de fugarme contigo, de despertarme contigo, de emborracharme contigo. De tirar mi vida por la borda contigo. Pero no me escuchas. Para ti no existo, no soy nada, no es nada este torrente de amor que derramo como Onán, todo este amor infinito que se ha desperdiciado, que de romper contra tu corazón se ha agriado y ahora caza en solitario, llora en solitario, levanta en solitario las murallas que contendrán todo mi dolor para que no se termine el mundo.
Nadie merece esto, ni tú ni yo. A ver si esta vez lo consigo. Ya no me apetece ni odiarte. Sólo tengo que rehacer toda mi vida.