Dejo este mundo
por motivos personales.
Alego
en mi descargo
flojera de corazón
y una cierta desazón
cuando pronuncio las sílabas de tu nombre,
en el orden que sea.
Aduzco,
a quien pueda interesar, obviamente,
que hay mal que cien años dure
pero las cicatrices
pesan más que las limosnas
que me brindas en las noches
en que saldamos cuentas.
Dejo
en el notario de la esquina
una mano de papel con pocas letras,
donde explico
que si bien tu ausencia me condena a esta derrota,
ha sido tu presencia
la que más paz ha robado en esta guerra.
Firmo
la sentencia que deseo tanto tiempo,
no sentirme, no mirarte, ya ni verte.
Cuelgo
de un madero este hábito de monje
que no hizo ni deshizo ni una misa.
Niego
que leyera en tu cintura aquellas letras
que seguí hasta el final de aquel abismo.
Salto
porque no veo en tus ojos más razones
que el mirar sin desear ninguna cosa.
Dejo
este mundo por montera,
por razones, sin dudarlo, pasionales.