Desconozco,
sinceramente no lo sé,
si alguna vez se cruzó en mi vida
la mujer que pudo que salvarme.
Ignoro
de la manera más cruel y despiadada,
si sus hebras todavía surcan
el tapiz de mi corazón y de mi cama,
de mi casa y de mis sueños.

Pero tengo la certeza,
aun sabiendo
que estoy equivocado,
de que algunas de ellas
me dejaron el corazón hecho jirones.
Desconozco,
sinceramente no lo sé,
si a ellas les importó lo más mínimo.
Me temo lo peor.

Y con esa misma certidumbre
sí sé que te hubiera salvado
todas las mañanas
sólo con mirarte mientras dormías,
antes de salir
a partirme la cara con el mundo.
Que me hubiera alojado en tu vida
hasta que no se distinguiera
entre tu pecho y mis manos.
Que me hubiera olvidado
de rezar todas las noches,
de llamar a mis amigos,
de jugar a indios y vaqueros,
de soñar con soñarte.

Te quería a ti
y,
ojalá me equivoque,
no valió la pena.