Os cuento algo personal, de esos hechos consuetudinarios que acontecen en la rúa. Si no hay un un tamayazo (y sinceramente no creo que nadie sea tan loco para hacerlo) mañana seré alcalde de mi pueblo. Segorbe, 9500 habitantes, cabeza de partido judicial y mucha historia por sus calles. Casi nada lo que se me viene encima. Por tanto, mi cabeza está en «modo guerra», parapetando lo personal para minimizar daños.
Lo pero de todo es que nunca fue mi objetivo llegar aquí. Yo sólo quería ser feliz e independiente, pero cometí un par de errores imperdonables. Uno fue tirar de manual, de reglamento, y hacer lo que creía que esperaban de mí. La otra fue no tener fe en mí.
Llegué a un punto en que estaba dispuesto a cambiar mi vida. Confiaba en que lo aprendido me permitiera un borrón y cuenta nueva. Decidí buscarte para huir contigo.
Algunas veces creí encontrarte en un café, entre la gente, en la playa. Pero nunca llegué a saber si tú eras ella, o eras como todas. No pude o no quise. Tampoco entendiste nada, quizá fue mejor así, porque cada vez estoy más convencido de que no eras tú. Aunque ahora ya nada importa: esta economía de guerra me ha vaciado el corazón, y ahora ya no te echo de menos, «ahora ya fue«.
Y no os imagináis lo que duele. Demasiado.