El sábado fui al concierto de Andrés Suárez. Es habitual que me ponga triste, tengo alma de cantautor y sentimiento inefable de descontento infinito. Tampoco me gustó el concierto: ni el lugar ni el espíritu, quizá necesitaba algo que me cuidara el corazón, un poco de tristeza destilada y otras sensaciones a flor de piel. Vamos, que no fue un buen día, algo que suele pasar.
Y ahora todo se va a desmontar. Todo acaba de perder el norte, el sentido. Mi complejidad vital va a subir un par de órdenes de magnitud. Gente que me embarcó en este proceso me deja en la estacada, y veo ante mi la jungla, las llamas de mis naves ardiendo a la espalda, y no dejo de contar las balas que me quedan en la canana. Echo de menos demasiadas cosas, ahora que no queda espacio para la ternura ni para la esperanza.
Necesito un masaje en el corazón, consuelo en el alma, esperanza en vena, Benedetti y música con ojos cerrados, pero van a tener que esperar.