Esperar en la boca del metro a que de ella surja una desconocida. No conozco su cara, ni sus manos, ni su corazón. No conozco el rostro que se esconde tras la bruma, y espero a que todo cobre sentido de una vez. Madrid es lo que tiene: que sus calles y sus puertas esconden todo lo que alguna vez quise y nunca intenté, que soñé y que perdí a medida que me fui alejando de mí para ser menos yo, más como tu querías. No sirvió de nada.
Ahora que los pasos de peatones me escriben versos que me recuerdan lo que pudimos ser y no fuimos, ahora que las calles y los rostros y los neones se ríen en mis barbas por todo lo que me equivoqué contigo, ahora que la esperanza está desahuciada y los policías la apalean mientras arrastra torpemente sus pertenencias en una bolsa del hipermercado, ahora cada vez estoy más perdido.
Más perdido porque nada sirve de nada, porque mis errores me llevaron hasta aquí, tan lejos y tan solo y tan miope, porque me dice el revisor que mi billete está caducado, que el tren salió hace tiempo y que ahora puedo coger un cercanías o tirarme a las vías, según prefiera.
Ahora que había conseguido olvidarte comienzo a echarte de menos, comienzo a saber que no eras quien eras sino quien fuiste, que me equivoqué, creí que el mar era el cielo, que la noche la mañana.