-Así volvemos otra vez a la destrucción del Anillo -dijo Erestor y sin embargo no estamos más cerca. ¿De qué fuerza disponemos para encontrar el Fuego en que fue forjado? Es el camino de la desesperación. De la locura, podría decir, si la larga sabiduría de Elrond no me lo impidiese.
-¿Desesperación, o locura? -dijo Gandalf-. No desesperación, pues sólo desesperan aquellos que ven el fin más allá de toda duda. Nosotros no. Es sabiduría reconocer la necesidad, cuando todos los otros cursos ya han sido considerados, aunque pueda parecer locura a aquellos que se atan a falsas esperanzas. Bueno, ¡que la locura sea nuestro manto, un velo en los ojos del enemigo! Pues él es muy sagaz y mide todas las cosas con precisión, según la escala de su propia malicia. Pero la única medida que conoce es el deseo, deseo de poder, y así juzga todos los corazones. No se le ocurrirá nunca que alguien pueda rehusar el poder, que teniendo el Anillo queramos destruirlo. Si nos ponemos en meta, confundiremos todas sus conjeturas.
-Al menos por un tiempo -dijo Elrond-. Hay que tomar ese camino, pero recorrerle será difícil. Y ni la fuerza ni la sabiduría podrían llevarnos muy lejos. Los débiles pueden intentar esta tarea con tantas esperanzas como los fuertes. Sin embargo, así son a menudo los trabajos que mueven las ruedas del mundo. Las manos pequeñas hacen esos trabajos porque es menester hacerlos, mientras los ojos de los grandes se vuelven a otra parte.