Ayer estuve medio día sin internet, cortesía de Jazztel. Así que me fastidió la entrada de anoche, el pasarme media noche twiteando y no sé cuantas cosas más. A cambio, logré ver un par de películas y leer un poco, lo normal.
Una de las pelis que vi fue la de «Lost in translation». Se me ocurrió verla en versión original, y supongo que me perdí algo de los diálogos, aunque tampoco importó mucho. Fue simplemente clavar una daga en el corazón y retorcerla. Eché de menos que no hubiera mañana, que no hubiera futuro. Que no hubiera que rendir cuentas cada día a las responsabilidades, las situaciones, la vida que nos ha hecho prisioneros de nosotros mismos. Poder viajar, vivir, amar sin que nada pase factura.
Pero todo cuesta, todo cuenta. Todo pesa, ya demasiado en este corazón sin saldo alguno, en este ser que se ha rendido de la manera más cobarde y resignado a pelear sin fe.
Ya no queda nada en mi interior. Por más que busco es imposible encontrar fuerzas ni ilusión para nada, ni para lo cotidiano ni lo extraordinario, para los que están o lo que se fueron o los que vendrán. Para los que decepcionan, cómo no. Para los que no somos nada ni nadie. Va por vosotros.