El título debía ser «Sin esperanza», pero estoy harto de quejarme. Hoy ha sido un día largo y, para mí, no muy grato, aunque hay días que toca esto.
Pero lo que me está preocupando es el vacío. Ahora mismo estoy vacío, y no siento el motor legítimo que me ha mantenido a flote durante tanto tiempo. He deseado algunas cosas tanto tiempo que ya no las anhelo más, y eso me duele. Me duele haber perdido esa parte de ilusión.
O quizá es que no veo claro el futuro, más bien lo veo negro oscuro, y me estoy preparando, levantando mis murallas y parapetos. Una especie de supervivencia emocional que me ha hecho dejar de cuestionar toda mi vida para empezar el acopio de fuerzas y esperanza.
Pero no me gusta. No me gusta no amar lo que tengo y no desear cambiarlo. Yo no soy ése. Me da miedo ese conformismo de supervivencia que me hará perder un tiempo precioso. Pero ahora mismo no creo en nada. Ahora mismo no queda ni un ápice de corazón, ni lo más mínimo, y está la cabeza al 100% tratando de ordenar hombres, aprestos, armas, minas y contraminas, prevenir los imponderables. Y la cabeza no da mucha vida que digamos, es más bien aburrida en los seres puramente racionales como yo.
Hasta las señales que me indicaban la ruta para encontrarte siguen saltando, pero ya no las leo. Debieron estar en otro idioma, pagué bien caros los errores y ahora prefiero el aburrido manual a las tácticas y estrategias.
Quizá me dé miedo el dolor. O quizá me da más miedo que no duela: sería una pena.