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Y por fin, hoy es el día. Curiosamente guarda muchas similitudes con el mismo día del año pasado, demasiadas señales que ya no intento leer porque estoy harto de equivocarme. Mucho ha cambiado de un año a esta parte. O no, la frase correcta es «Mucho he cambiado de un año a esta parte».

(A estas alturas creo que leer esta entrada de la bitácora no es nada aconsejable para tu salud mental. Huye, insensato)

Pese a ser un buen día, y estar feliz porque estoy rodeado de gente maravillosa que me quiere y a la que, en el mayor de los casos, casi ni merezco, pese a eso sigue una enorme melancolía azotándome. Melancolía que hoy debía confesar, confesión que tenía clara y prístina hace dos días y que ahora ha desaparecido de mi mente, al menos en su forma. Porque lo que voy a dejar aquí son palabras, y habría que cuidarlas mucho, ya que éstas serán las únicas que quedarán.

Creo que esta supermelancolía que me azota fiera es por ser un cobarde. Soy la persona más cobarde del mundo cuando se trata de mí. Dejo a un lado mi infancia y mi adolescencia, épocas de mi vida que prefiero olvidar y que no deseo a nadie, pero hay que reconocer que todo lo que soy, para bien y para mal, se quedó ahí marcado, impreso de manera indeleble en mis circunvoluciones cerebrales. Siempre tuve claro lo que quería en la vida, quizá a lo mejor demasiado influido por la tele y las películas de los 80 que tanto daño mental causaron a la gente de mi generación. Mi sueño era ser un científico loco en la NASA, vivir sin responsabilidades al lado de una rubia nórdica perfecta y maravillosa como si todo fuera la película de Risky Bussiness o algo similar. Aunque al final nunca he conseguido acostarme con una rubia platino, que es lo que cuenta. O no cuenta, ya no lo sé.

Lo único que salió fue lo de físico loco, y casi de casualidad: estudié físicas porque mi novia de aquel tiempo eligió químicas. Porque casi acabo haciendo caminos en la Politécnica. Y, aunque parezca mentira, todo empezó a torcerse. La cabeza empezó a tomar el control. A partir de ese momento, maldita educación, comencé a hacer lo que (creía que) se esperaba de mí, y no lo que me apetecía realmente.

En tercero de físicas no me fui a Canarias a hacer astrofísica, mi pasión. Tenía novia y era muy caro irse a vivir a Canarias. Quedaba hacer la especialidad de Teóricas en Valencia, pero había que comer y los mejores se habían metido a teóricas, no era muy racional meterse en aquel avispero. Hice la especialidad de Informática y Electrónica, aunque nunca me gustó la electrónica demasiado. Bueno, casi nada. Me faltaron cojones en aquella ocasión, me sobró sentido de la responsabilidad y racionalidad.

Luego comencé a trabajar en la empresa privada, a viajar por toda España, y deseé irme a Madrid a trabajar, en algo interesante, en algo que vitalmente me satisficiera. Pero no me atreví tampoco esta vez, aunque a cambio, sin apoyo emocional, económico ni nada por el estilo, conseguí aclararme y meter la cabeza en la universidad (con todas las horas de vuelo que llevaba hasta entonces, todo lo que ganaba iba para mis padres, yo no tenía nada mío todavía).

Y todavía fui más cobarde cuando, tras algún que otro traspiés emocional, decidí vivir en mi pueblo, encontrar a alguien normal, formar una familia y todo eso. Lo canónico, lo que creía que se esperaba de mí.

Aunque nunca fue eso lo que quise. Mi cabeza seguía, sigue llena de pájaros de libertad, de sueños de ver mil amaneceres distintos en mil camas y mil ventanas de mil países, en viajar y conocer mundo y gente, llevar la mochila ligera de equipaje.

Lo que ocurrió a partir de entonces fue aburrido y conocido: profesor de universidad, buen chico, inteligente, amigo de sus amigos, correcto y aburrido, misántropo simpático que vive en su pueblo y tiene una familia modélica. Y, aunque eso fuera correcto y cómodo y despertara la envidia de algunos de mis conocidos, nunca fue lo que yo quise. Me faltaron cojones, arrestos, redaños, cuajo, tripas, valor, de nuevo, para ser yo.

Y esa falta de valor, que hicieron mal en suponerme allá en la mili, siempre fue porque nunca creí en mí. Nunca creí que fuera capaz de nada por mí mismo, ni de conseguir a ninguna mujer de belleza y lealtad incomparables ni de que los demás comprendieran que yo aspiraba, egoístamente, a vivir mi vida, a intentar cumplir mis sueños que eran romper con todo y con todos.

El problema vino después, cuando me di cuenta de ciertas cosas. Profesionalmente empecé a tenerlo claro (y ahí me arrepiento poco) en septiembre de 1993, tras una descomunal bronca con el dueño de la empresa en la que trabajaba y que cambió mi rumbo profesional. Pero, personalmente, me jodió la pirámide de Maslow.

Porque empecé a lograr todo lo que me proponía (Home runs, triples, dobles…Los golpes que quiere.Nunca he visto algo así.¡Es increíble!¡Hace lo que quiere!¿Cómo es posible que a un jugador así no lo conociera nadie?), empecé a darme cuenta de que, con voluntad, nada estaba fuera de mi alcance (salvo algunas mujeres, pero eso es otra historia y será contada en otra ocasión). Y tras alcanzar el bienestar económico, social, laboral, tras conseguir llegar a funcionario y darme cuenta de que, si quería, podía sentarme a descansar de una puta vez, advertí aquel chico tímido y tristón al que olvidé durante toda mi vida para hacer lo correcto. Hasta ese momento mi lucha era para con la vida, para conseguir estabilidad y bienes y posición, para hacer lo que debía hacer.

Llegué a Ítaca, y salí yo mismo a recibirme entre las ruinas y las murallas desdentadas.

Aquello supuso mi hundimiento emocional, personal. Pese a ser yo la roca más dura del mundo, capaz de atravesar el hormigón si fuera necesario cuando me lo propongo y decido que así debe ser, añoré el haber sido más egoísta, el haberme ocupado más de mí. Eso pese a tener a mi lado una persona que en todo momento me ha apoyado, me ha impulsado y que claramente no merezco.

En la calle de salida equivocada, con media carrera ya a mi espaldas, creyendo en mí, conociendo mis limitaciones, todavía no tengo cojones de parar y volver atrás. Huyo hacia adelante, no sé si para justificarme o para no pensar, o para no echar de menos todo lo que perdí por llegar hasta aquí, cuando en realidad no quería estar donde estoy.

No es extrañéis cuando me veáis oyendo a Luis Ramiro, Marwan, Andrés Suárez, cuando me enamore de la sombra de tu pelo cuando mueves la cabeza, cuando os diga que Nueva York es un estado de ánimo. Simplemente es que me duele toda el alma.

He tenido mucha suerte en la vida, nunca nada me ha sido fácil.