Estoy en el descanso de mi clase de los martes, este mes tengo la agenda fatal y hay días en los que las citas se amontonan y solapan sin dar esperanza alguna. Lo peor es que tampoco tengo ganas de mucho, la verdad. Lo único que quiero es dormir y olvidarme de todo. Afuera veo a través de la ventana la avenida cuajada de luces de coches y sirenas de ambulancias, y me doy cuenta de que el mundo no es lo que parece. De que el mundo me cansa y de que estoy en un error. Que no sé lo que quiero ni a quién quiero.
A estas alturas estoy altamente perdido. Soy incapaz de poner en prácticas mis consejos y mis normas para hundimientos generalizados. Simplemente voy lanzando pelotas al aire confiando en que, cuando empiecen a caer, sea capaz de hacer juegos malabares y no me vaya al suelo con todo el equipo.
Así que lo profesional hace agua, y lo personal está, simplemente, desahuciado. desahucio en el sentido de perder toda esperanza: ya no espero nada de nada. Ya no sé lo que quiero. He perdido toda capacidad de raciocinio. Ya no soy capaz de discernir si tengo razón o no. No sé lo que quiero, si es bueno o malo. Si estoy ante la oportunidad de mi vida o me estoy asomando peligrosamente al precipicio. Si debo seguir buscando a alguien que me salve, o si estoy salvado y me perderé en cuanto te vea en cualquier bar pegando saltos de alegría. No sé qué hacer, qué no hacer. Que si la mujer de mis sueños me dijera «ojos verdes tienes» me quedaría con cara de bobo sin besarla ni echar a correr. Eso si soy capaz de distinguir entre la mujer de mis sueños y las malas mujeres que tachonan de mi vida (o que creo que tachonan mi vida, y a lo mejor hasta en eso estoy equivocado).
De vez en cuando añoro una buena amnesia y una dosis de imbecilidad. La necesito.