Todos, de alguna manera, me veis de lejos.
Sin excepción alguna.
Por tanto, lo que veis es una realidad filtrada,
tamizada,
suavizada.
Un trazo grueso,
un bosquejo
de este rompehielos sin fisuras aparentes.
Una perspectiva irreal.
Porque si consiguierais acercaros lo suficiente
veríais grietas
y agujeros
y desconchados.
Nada de esa superficie lisa,
sin tacha ni mácula
que aparento en la distancia.
La superficie,
el interior,
el corazón,
la mente,
el alma
tan llenos de grietas
que no comprendo como aún se mantienen enteros.
Como no se desgranan en mil pedazos
con cada rayo de sol.
Quizá no dejo que nadie se acerque.
Sin excepción alguna.
Nadie conoce el detalle.
Sin excepción alguna.
Tan sólo se podría apreciar en la más profunda oscuridad de una habitación de hotel,
habitación decadente y voluptuosa,
una noche gris y lluviosa,
música,
alcohol,
lágrimas,
palabras como balas en la noche
que recorren todas las trazadas,
miradas perdidas,
mi cabeza en tu ombligo
vomitando toda el alma,
todo el debe y el haber,
abriendo todas las puertas
con la vana esperanza de que no exista un mañana,
de que no haya que rendir cuentas
y de que ese momento sea infinito,
aunque sólo dure esa noche.