De Oriente al encorvado Oeste

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portada-asi-empieza-malo_grandeAyer terminé de leer «Así empieza lo malo» (y lo peor queda atrás), de Javier Marías. Sé que no soy imparcial: Don Javier Marías, que es todo un caballero, merece y tendrá toda mi admiración y respeto escriba lo que escriba.

Me encantas sus interminables frase, repletas de digresiones y dilaciones, que no terminan de llegar al final nunca (a veces jugaba a encontrar la frase más larga dentro de sus libros, que llegan a ocupar más de media página). Me encantan sus citas de Shakespeare, con el lecho afligido, el año grávido: me recuerdan a la aurora de rosáceos dedos, Aquiles de los pies ligeros, Héctor el del tremolante casco. Fue grande el Bardo, ya podían en España cuidar tanto a tantos randes escritores como lo hace la pérfida Albión. Y sus palabras: me ayudó a conocer el conticinio, aún existente en algunos lugares.

Pero a lo que íbamos. No me arrepiento de haberlo leído, pese a las malas críticas. Quizá la historia se alarga demasiado, para acabar explotando donde menos te lo esperas, algún truco fácil. Pero una reflexiones demoledoras que te hacen darte cuenta de que no eres, de que no somos especiales. De que todos llegamos tarde al amor, o nos llega tarde, con la línea de la sombra cruzada. Que somos prisioneros de nuestra vida, de nuestros errores, de nuestros aciertos. Que el pasado sigue guiando con su mano muerta nuestro lento discurrir mientras tratamos de no acordarnos del otro, porque sabemos que nuestra endeble vida no resistiría las comparaciones.

Somos levedad.

2014-11-18 23.47.42-bis