«Nadie está contento con lo que tiene» dijo el Principito. Todos viajamos de A a B, deseando estar en C y cruzándonos con gente de C que envidian nuestros viajes de A a B. Cosas que pasan cuando uno no sabe valorar a su rosa.
En determinados momentos de mi vida he acabado perdiendo todas las ganas de pelear. Ser el infinito bastión que desafía a las tormentas y mantiene a raya al fiero mundo acaba por agotar emocionalmente, y uno busca consuelo, compasión, refugio. Aunque acabé pidiendo ayuda a las personas equivocadas, y mis mensajes en las botellas acabaron en el contenedor de vidrio, junto con mi corazón.
Después de esas caídas acabas por subir tres metros más las murallas, poner otra alambrada y comprar más balas para seguir siendo la fortaleza de tonante nombre. Cada vez queda menos esperanza, menos ilusión. Hay decepciones que te cruzan la cara y el alma, hay errores que no debemos perdonarnos.
De vez en cuando, mirando al infinito desde el adarve de la muralla, meto la mano en la cartuchera y tanteo las balas. Cada vez quedan menos, pocas balas para tantos malos, para tanto mundo que mantener a raya. Contando con guardar la última para cuando calemos bayoneta y todo esté perdido. Se me escapa el tiempo y cada vez soy menos.
Hay gente en la que te refugias cuando el mundo te vapulea y necesitas cobijo, protección. Necesitas que alguien te guarde del mundo mientras reparas tu hundimiento.
Duele ver cómo me equivoqué pidiendo ayuda cuando todo se hundió. Ahora, sin esperanza en nada ni nadie, vuelvo a mover todas mis tropas para tomar otra plaza. Abandono el sitio de tu corazón, que tento me ha dolido y enervado, y me voy a comerme el mundo, simplemente para demostrarme que me equivoqué, pero lo tuyo fue peor.