Hoy es viernes, y tengo pocas citas. Tan pocas que voy a comer en casa, ya que mi última reunión es en la salida de Valencia, y casi ya me vuelvo cuando acabe.
Que haya acabado lo urgente no significa que retorne la tranquilidad: hay una bolsa de trabajo pendiente importante, y pocas ganas de hacerlo. Pero la semana que viene tengo que empezar a asignar prioridades y a acabar con algunos, si no lo hago ellos acabarán conmigo.
Además, hoy, en conversaciones de calle, he transmitido mi decepción por estar en algunos sitios peleando, dos o tres años, y no haber conseguido cambiar anda. Considero que en el departamento sí hemos cambiado algo, a mejor, con aciertos y errores, pero la sensación general es que lo que se ha hecho ha sido bueno. En otras guerras que tengo por ahí nada ha cambiado, y es una espina que duele demasiado. Será por el rosario de conductores de autobuses.
Para acabar, debo dejar de pensar. Debo alejar de mí a cierta gente tóxica que me impide levantarme. Debo rendirme, dejar de soñar y resignarme a esta vida de manual.
Empezaré a escribir cuentos para insomnes.
Os echo de menos. Hasta el lunes.