De vez en cuando hay que carenar esta bitácora. Repasarla, repararla y poner estopa y pez a los agujeros que nos hace la vida. Así que, inmerso en esa labor, me encuentro con entradas de una época de mi vida, unos tres años atrás, que me dan vergüenza. Me gustaría no haberlas escrito, me gustaría no haberme equivocado como me equivoqué entonces. Pero uno es responsable de lo que hace y lo que dice, y no es cuestión de esconderlo ahora. No es cuestión de ocultar muertos en el armario. Todo lo que soy, todo lo que nosotros somos, está formado tanto por los aciertos como por los errores. Y sin ambos no seríamos lo que somos. Renunciaría a muchas cosas por ser mejor, pero soy lo que soy, incluso con esos errores de los que me avergüenzo. En mi descargo, en aquellos tiempos estaba perdido, tan perdido como ahora, y todavía creía en algo. Ahora, pese al extravío, estoy acorazado por el cinismo del que ya nada espera.
Pese a todo, muchas veces no aprendo, y sigo cayendo en el mismo error, con todo lo listo que me creo, pese a mis tácticas y mis estrategias.
Pero hoy no es día de mojar la pólvora. Días llegarán, que lo harán seguro. Pero hoy no.
P.S.: Se nota demasiado mi visita al museo naval