Ayer te vi.
Tenías un gato llamado gato
y escondías tu perfume en el buzón.
Anduve por tu mundo,
desayunamos frente a un escaparate,
me perdí en las revueltas de tu caos.
Desperté con miedo;
no estabas allí,
pero temí entrar en tu laberinto,
morir allí de inanición,
de sed,
de desamor.
No sé si en el taxi
te vendrás abajo o seguirás tu errático rumbo.
No sé si a estas alturas
querría perderme en tu mundo,
podría perderme en tu mundo:
tengo el corazón en bancarrota
y me deniegan los créditos
en todos los bares de mala nota del país.
Empiezo a preferir
paz y calma
como sucedáneo de la felicidad.
No debe de ser tan malo rendirse.