A veces crees encontrar a una persona que puede salvarte. O ni siquiera eso: simplemente proyectas tus necesidades, tus anhelos, e idealizas lo que necesitas en una persona. Tu corazón se carga de esperanza, y la cabeza comienza a marcar el campo de minas en el que te has metido. La historia de siempre.
Al final la fuerza de la gravedad acaba por derribar todo el castillo de naipes, y la cabeza siempre cuenta sus pírricas victorias, mientras saca al corazón a la puerta del pub a que le dé el aire. La historia de siempre.
Todo el mundo hiere, todo el mundo decepciona. Todo el mundo herimos, todo el mundo decepcionamos. Lleva media vida aprender que las cosas no son como deseamos sino más bien como deseamos que no sean, que independencia es egoísmo y que el amor es depender, y que la cabeza es un aburrido pesimista que se cansa de acertar. Que no amamos a quien debemos, que no nos ama a quien amamos. La historia de siempre.
Café, Lagavulin y dos kilómetros de paciencia. Buscando la salida en este oscuro laberinto dentro de un manicomio. Corazón roto, alma muerta, cerebro agujereado. No puedo pedir más. Ni mejor. La historia de siempre.