Decía Platón que el precio de desentenderse de la política es el ser gobernado por los peores hombres. Lamentablemente, esto se aplica a todos los ámbitos de la vida en los que, de una manera u otra, delegas o confías en alguien.
Hago lo que creo, y creo en lo que hago. Hacer algo siempre significa arriesgarse, cambiar el sistema para dar un paso adelante, incluso equivocarse, incluso ahogarse nadando hacia la orilla. Y nunca se puede contentar a todo el mundo, alguien se sentirá dolido, atacado. Hay que asumirlo.
También hay que asumir que la gente no tiene demasiado claro el sentido de responsabilidad, que te arriesgas a que alguien te dispare cuando decides decorar el salón con el cuerpo de su amigo. Estamos olvidando ciertos aspectos vitales de la condición humana.
Intento ser coherente, consecuente, responsable. Pese a unos cuantos impresentables que se encargan de mentir, tergiversar, embrollar y manipular. Aunque lo único que consiguen es convencerme más que hay que eliminar a esa casta. A esa casta de políticos, a esa casta de acomodados que nos manejan sin tener capacidad ni voluntad, tan sólo intereses personales y ego subido.
Pero eso me pasa factura. Yo sólo sé hacer las cosas de una manera: la que considero que es correcta en cada momento. Y el momento es importante: si sube la intensidad del momento, sube la intensidad de las acciones, me vuelvo cada vez más duro e insensible. Cada vez siendo más estricto, menos suave. La suavidad es algo que se tiene que merecer.
Por tanto, desde hace un tiempo, estoy demasiado cargado de lastre. Cada vez lo personal se va diluyendo, apagando, mientras apilo sacos terreros. Cada vez tengo más ganas de darle una patada a esos perezosos que se columpian en el árbol para que todo esto cambie. Más ganas de darle una patada a los avisperos, de romper la baraja y empezar de cero este circo, de desenmascarar a los inútiles, a los rastreros, a los ramplones, a los egoístas. Cada vez me voy volviendo más duro. Menos romántico, menos soñador. Más belicoso. Me he quedado sin ganas de cambiar mi vida, de soñar, de descansar, de tener esperanza. Ahora quiero pelear, demostrar que hay otra forma de hacer las cosas, pese a ellos, los parásitos de la sociedad. Estoy dejando de ser persona para ser animal social, y me está pasando una factura muy alta. Quizá por eso es por lo que estoy cada vez más convencido que hay que cambiar todo esto. Aunque me deje la piel en el intento. No me esperéis con flores en el pelo y cantando canciones de amor, ahora no es el momento.