He acabado una reunión de 4 horas, bastante desagradable en algunos momentos. Llevar un departamento es un trabajo sucio, pero alguien tiene que hacerlo. Al menos hemos quitado otra piedra del camino, aunque este camino no sé dónde va a llegar.
Me están empezando a preocupar ciertas cosas. Sobre todo cómo mi actitud puede causar daño a otras personas. Uno tiene cierta responsabilidad con los demás, y hay que valorarlas. Aunque cuando uno está hundiéndose tiene poco margen de maniobra. Y cuando han desparecido las ganas y el valor y hasta el oficio, cuando «43 maneras de soltarse el pelo» no llega a ser ni siquiera consuelo ni lenitivo. Cuando ya ni siquiera hay decepción, y entramos en el terreno de ya fue.
El día no acaba, pero empiezo a liberar tensión, aunque sea sólo para poder llegar a la noche, noches en las que suelo dormir porque el ago(s)tamiento ya ha tomado la plaza, y no creo que la abandone hasta el final del mes.
Y cada vez queda menos plan, duele hasta el infinito cuando dejo de huir, cuando dejo de correr. Cada día el correo te hace la burla siniestra, la mofa y la befa. Se ríen tus buzones vacíos como viejas harpías desdentadas.
Sigo perdido, perdiendo a los que me siguen mientras busco lo imposible de hallar, lo imposible de seguir. De alguna manera he puesto en marcha la señal de socorro, aunque no me dejo salvar por nadie, mientras espero en vano que vengas tú a salvarme.
La guerra es la paz. La libertad es la esclavitud. La ignorancia es la fuerza