Crónica de una muerte anunciada

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Si algo me ha llevado donde estoy, si alguna virtud me caracteriza, ésa es mi tozudez. A empeñado no hay quien me gane, y no hay nada mejor que decirme que algo es imposible para que me devane en loco intento por conseguirlo.

Pero hay mucho más detrás. El Rafa que conocéis no es el Rafa verdadero. De vez en cuando afloran coletazos de su yo interior, de sus monstruos y sus dioses, aunque muy pocas veces. Rafa es una persona melancólica, romántica, soñadora, demasiado sensible demasiadas veces, casi optimista en el fondo. Por eso su sonrisa esconde cicatrices espantosas del alma, una tristeza inenarrable. Y su alegría, mantenida a fuerza de puro corazón, sólo trata de ocultar esas heridas. Con un corazón emponzoñado por las derrotas, por las decepciones, un interior vacío que centra su esfuerzo en todos los síes que reparte, en todas las sonrisas fingidas que esconden lágrimas negras. Si de verdad quieres conocer a Rafa, huye de la sonrisa y busca en el interior, oscuro como boca de lobo y trizado por el dolor. Cada vez que sonría y dice que no pasa nada, está llorando amargamente con el corazón.

Últimamente los esfuerzos por seguir manteniendo la sonrisa están siendo titánicos. La tristeza y el dolor se han enseñoreado de mi interior, necesito un vómito del alma que arroje esa bilis negra que me asfixia, y las decepciones han surcado el corazón, triste y ajado, de cicatrices espantosas. Todo eso es lo que esconde esa sonrisa, ese «siempre estoy bien», quizá es porque nunca lo he estado.

Los intentos de bajar las murallas y enfrentarme al mundo están pasando factura, y ya son demasiados los días sin dormir, los nervios, los dolores. El corazón, vacío, desfallecido, extenuado, está ya al límite. Así que la cabeza está empezando a tomar el control.

Siempre haciendo lo correcto acaba por destrozarte. Confiar, esperar de las personas equivocadas termina por agotarte, sonreír diciendo que todo va bien acaba con tu saldo vital y te endeuda con la vida. Ayudar a quien no lo merece te hace renegar de la mayoría de los semejantes.

No quiero tener esperanza. no es bueno para mí, porque la esperanza es una puta que va vestida de verde y yo sigo queriendo que se enamore de mí, pagándole sus caprichos religiosamente y esperando su amor, rechazando su lascivia. Tengo que renunciar a ella, a esperar, porque la esperanza me ha vaciado completamente. tengo que volver a levantar murallas, a buscar refugios solitarios y a construir sueños nuevos con los que mantenerme a flote en tan precaria situación. Tengo que buscar donde pueda no sonreír, donde el llanto humedezca la costra de dolor, donde halle confesión.

Debo dejar de esperar, de esperarte, si no quiero morir de desesperanza y dolor. Debo aprender a no confiar, a no esperar, a no decepcionarme, a no ayudar, a no sentir. A qué la vida es injusta, y las personas todavía más. Debo aprender a olvidar, a odiar, a olvidarte, a odiarte.

Hoy lo mío es toda un declaración de decepciones, todo un tratado de rendición emocional. Es una señal de socorro en toda regla.

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