De tanto que lo intenté

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Por fin cae otra pieza de los días que me quedan. Mentalmente me he puesto el viernes como fin de una etapa, aunque se perfilan muchos marrones en lontananza. No debo prometérmelas muy felices.

Hoy ha caído una buena pieza. A un precio personal, emocional alto, pero ha caído.

Aunque hoy no es ésa mi noticia favorita. Hoy mi pregunta es, cómo no, interior. Porque a veces hago lo que debo con quien no lo merece, y lo que no debo con quien lo merece. Me duele herir a alguien bueno y, os lo juro, lo hago de manera inadvertida, involuntaria. Hoy quizá haya herido a alguien, pero no lo he advertido todavía.

Hoy el caso es el opuesto: hacer algo por alguien que no sabes si lo merece. Sigo creyendo que sí, que esa persona es una buena persona, que merece mi esfuerzo, aunque de vez en cuando me surgen dudas de si me estoy equivocando, de si estoy tropezando exactamente en la misma piedra, exactamente. Confiando en alguien que luego me va a dejar en la estacada, porque realmente no merece tanto derroche.

Harto de mis errores, los miedos siguen robándome el sueño y la calma, y mi complejo de pagafantas erróneo me preocupa. Harto de no saber si son señales o es que quiero leer, justificar mis deseos en cada costura del mundo, en cada esquina, en cada coche parado en cada semáforo.

En estos momentos estoy derrotado. Un derrota seria, severa. Una derrota interior, de desesperanza. Que no afecta a mis ganas de luchar, de reivindicar, de cambiar este mundo. Tengo mi manual de supervivencia para hundimientos generalizados.

Lo que he perdido han sido las ganas de soñar, de vivir. He perdido mi ilusión personal, el camino que me llevaba a alguna parte se ha borrado, y estoy sentado en medio de ninguna parte, tratando de desentrañar las señales. Por eso me preocupa malinterpretarlas, equivocarme. Me preocupa haberme quemado tanto que hasta me deja de importar.

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