Mi corazón siempre acaba equivocándose, es algo de lo que estoy totalmente seguro. Esas equivocaciones siempre llevan dolor añadido, porque no suelo amar bien a quien lo merece, y suelo enamorarme de quien no lo merece. Y, esta mañana, escuchando esta canción, he deseado algo.
Hace tiempo, en una de mis peores heridas emocionales, acabé odiando intensamente. Tanto que mascullaba «hijadeputa» o su equivalente cuando algo me la recordaba. Aquello pasó, y ahora ya «fue». Ahora ya no me importa, tengo cosas mejores que hacer. Bueno, mejores no.
Desde hace un tiempo las heridas se han vuelto abrir. No de la misma manera: las alarmas saltaron y ahora hay callo, ahora no duele tanto. Además, la mente no para de mandar mensajes advirtiendo del error. Definitivamente no es ella. Aunque no por eso duele menos.
Duele mucho el amor malgastado, desperdiciado en la persona equivocada, máxime cuando pagas con falsa moneda a quienes te quieren bien y te siguen hasta el fin del mundo. Así que hoy, al escuchar esa canción, he decidido no desearle nada demasiado. Tan sólo desearle que sufra la misma tristeza que sufro. El mismo desamor, la misma decepción, la misma indiferencia. Le deseo esfuerzos y desvelos baldíos, un amor hermoso arruinado en la papelera. Y, que entonces, se acuerde de mí.
Creo que se llama justicia poética.