Según decía Dante, la última frase escrita en la puerta del infierno era «Lasciate ogne speranza, voi ch’intrate»: quien entre aquí que pierda toda esperanza. Y es que no hay nada mejor que abandonar la esperanza, y ser acólito de la bienaventuranza que reza: «Bienaventurados los que nada esperan, porque nunca se verán decepcionados».
Y así estoy yo, así estoy yo sin ti: con la esperanza, que era una puta vestida de verde, totalmente abandonada para no recibir más cicatrices. Ya llevo demasiados costurones en el alma que no me dejan en las noches insomnes. ¡Qué desgracia la mía no soñar nunca contigo!
Pero que no tenga esperanza, que asuma la derrota para no sufrir demasiado no significa que no hayan deseos, anhelos. Que no desee otro sol, otros ojos, otra espalda, otra vida. Que no busque tu mirada en los coches que me adelantan por la carretera. Quizá algún día salga bien algo inesperado, que la vida me bese al torcer una esquina, por sorpresa. Posiblemente ese día sea feliz.
P.D. Así, sin esperarlo, te das cuenta de que dejaron olvidado algo.