Sucede que a veces la vida mata y el amor
te echa silicona en los cerrojos de tu casa,
o te abre un expediente de regulación,
y te expulsa del Edén, hacia tierras extrañas.
Así que, en esos momentos en que el crédito se acaba, decides retirar todas tus tropas del frente y descansar. Ahora mismo no sé si dejar una guarnición avanzada o ni siquiera eso: una retirada total sin la menor compostura y decoro.
Prometo aprender a decir que no. Prometo aprender a dedicarme a mí mismo, a evitar que ciertas personas me desangren mientras yo espero imposibles. A perder el miedo a mirarme al espejo.
No puedo prometer otras cosas, aunque lo intentaré. Intentaré encontrar motivos para levantarme todas las mañanas, para que la realidad no me amargue los días. Va a ser difícil, con el alma surcada de cicatrices que relumbran cuando apago la luz de la mesilla de noche. Habrá que beber y olvidar, y guardar la esperanza de que un día la vida, de manera inesperada, al doblar una esquina, me bese en la boca. Pero para ello debo dejar de tener mariposas en el estómago cada vez que me acerco a una esquina. Así, cuando no lo espera, ocurrirá. Y si no ocurre, tampoco me importará mucho.