O tempora, o mores

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Creo que está muy claro que en lo personal no ando nada bien; en realidad, muy mal. Pero hoy no hablo sobre mí.

Hablemos sobre el mundo, este mundo desquiciado que me empeño en arreglar. Y, claro, así me va. La sensación de pelear siempre contra molinos y contra gigantes. Esa sensación de predicar en el desierto, de pelear en vano. Me dan ganas de retirarme, pero me resisto. Nunca, nunca hay que dejar de luchar. En la vida, en el amor, en el trabajo. Hay que luchar

Porque si las personas que creemos en algo dejamos de luchar, ¿en manos de quién quedará todo esto, en manos de quién quedará el mundo?

Hay que pelear, derrota tras derrota, para impedir que el mundo nos aplaste. Lo hará, no cabe duda, pero nos derrotará mientras nosotros sabemos que hemos hecho todo lo posible para evitarlo. Incluso a veces tendremos alguna pírrica victoria que nos reconfortará, que hará que el mundo enfunde sus fieras fauces por un rato, y entonces podremos conversar, en paz, con nuestros compañeros de armas, con el mundo rumiando su venganza.

No venceremos al mundo ni a la vida, pero seguiré luchando por mis convicciones, al menos hasta mañana, para poder hacer este juramento otra vez

El mundo se derrumba, y nosotros nos enamoramos.  Bueno, nosotros no: sólo yo.

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