Fin de partida

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Sin nombreA veces uno tiene que asumir que debe rendirse. Que ya no queda tiempo para nada, y que la guerra está perdida, se perdió hace mucho, mucho tiempo atrás. Cosas de la vida. Así que se acaba la partida.

Me quedan dos bazas, de esas locas, de ésas que uno va preparando para jugarse el todo por el todo, de ésas que ganas o pierdes todo, que ganas y pierdes todo. Las voy a jugar, por vergüenza torera, por dejar esta batalla con un puntito de pundonor. Pero todo se acaba. He pedido dos cargamentos de resignación para estos años que vienen.

Un nuevo año. Cada vez las navidades significan menos. Desde hace años, desde que llevo haciendo mis particulares propósitos de Año Nuevo, no se ha cumplido ni uno solo. La decepción como manera de vivir. La resignación, a veces los ramalazos de inconformismo que acaban provocando más dolor en la herida. Así que este año, que tenía muy claro cuál era mi deseo de año nuevo, no voy a desearlo. De esa manera tendré una decepción menos.

Toda mi vida he estado viviendo la vida de los demás, la vida ortodoxa, tradicional, todo aquello que los demás esperaban de mí. Lo que tenía que hacer. A cambio, hipotequé mis sueños, mis anhelos. Nunca hice lo que yo quería sino lo que los demás querían, eso creo al menos.

Comprobarás que todas las cosas que no hacemos, después son esas mismas cosas que echarás de menos

Así que llegados a este punto, estoy donde quería estar, pero no donde deseaba. Y estos últimos años han sido una especie de agonía de cisne, que no de canto; ridícula, por otra parte, de alguien que se da cuenta de que ha perdido la guerra contra la esperanza.

Así que cerraremos frentes. Abandonaremos toda esperanza a las puertas del infierno, como dijo Dante. Seguiremos resignados este estado estacionario, cómodo y aburrido, a esperar que todo acabe, sin absolutamente ningún aliciente, el tedio como denominador común.

Soy un inmaduro egoísta: me equivoqué y no quiero aceptarlo.