Por la borda

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Hay veces que lo bordas, y veces que lo tiras por la borda. Hay veces que todo sale mal. O, si no mal, no sale como esperabas, como deseabas. Todos los planes se desmontan y te encuentras tu buzón vacío, no importa las veces que lo abras, con la vana esperanza de que lleguen los paquetes por navidad. Son cosas de la vida.

Todos deseamos a alguien, anhelamos a alguien,  amamos a alguien que no nos corresponde, y mantenemos la débil, esquiva esperanza de que un día nos devuelva esos sentimientos. Todos buscamos alguien en quien refugiarnos de la vida, en quien proyectamos todas nuestras ilusiones, nuestros sueños, nuestros anhelos. Todos imaginamos a alguien con quien acurrucarnos en la noche, con quien leer poesía en las frías noches, con quien afilar la mente en loco pugilato. Con quien amanecer, ebrios de amor, en una habitación en Venecia, con quien pasear por Hyde Park, por Picadilly; con quien desbravar la vida a fuerza de besos y caricias en la oscuridad. Con quien compartir esperanza y sueños y silencios y miradas. Alguien que sienta lo mismo que tú, a la vez, en el mismo lugar.

Pero esa persona sigue su vida, ajena a nosotros, a nuestros sentimientos, viviendo su vida sin que nosotros seamos ni siquiera un peón en el tablero. Mas seguimos aferrados a la esperanza, que siempre fue una puta vestida de verde. Pese a la decepción, que tiene nombre de mujer falaz, pese a la derrota, pese a los desaires y las omisiones.

Y mientras la cabeza enciende los sistemas de alarmas e inunda de luces rojas y aullidos los pasillos de tu submarino, el corazón se reviste de su armadura y sale otra vez al campo, enhiesta la lanza, dispuesto a romperse una vez más, y van ya demasiadas, en mil pedazos que luego se recogen y se enhebran y se guardan entre almohadones con la esperanza de que las heridas cierren, de que las roturas suelden. No se aprende nunca de los errores del corazón.

Tengo la esperanza de que mi corazón muera de una vez por todas y me deje en paz, me haga la vida más fácil y aburrida, sin amor que lo mortifique. Creí que así estábamos tras la última derrota, pero en cuanto se encuentra con fuerzas, se aferra a tres sueños que tenía escondidos bajo la alfombra, se calza la armadura y se apresta para el combate otra vez con la persona equivocada, con el corazón equivocado, dispuesto a triunfar o morir.

Sí, hay días en que todo y todos te salen mal.

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