Salgo a correr 3 ó 4 veces a la semana. Llevo haciéndolo desde hace unos 3 años, en los que coincidió un lamentable estado de salud junto con un hundimiento personal (sería la crisis de los 40).
Nunca voy a carreras populares. Suelo salir a correr solo, oyendo mi música triste. Cada vez que salgo cojo a dos o tres fantasmas, de ésos que se me aparecen por las noches, o de los que viven en mi interior, o de los que vienen cuando cierro los ojos, y me los llevo a correr. A que les dé el aire, a hablar con ellos. A pensar en esos rostros, en esos cuerpos que no tengo, a soñar despierto. A soñar con escribirle «vuelve» en la espalda aunque sólo sea una vez en mi vida, para que se queda a un beso de mí. A limpiar un poco mi mente y mi alma, o al menos conseguir un poco de paz durante un rato.
Otras veces corro. Sólo corro. De vez en cuando me giro a comprobar que no me sigue ningún fantasma.
Dice un proverbio keniano que puedes escapar de aquello que te persigue, pero no puedes escapar de lo que corre dentro de ti.