Pasan los días, y nada parece tener solución. Hoy comienzo de nuevo a apretar los dientes y a huir hacia delante. tirando de manual. Ya no creo en nada de lo que hago, ya no tengo ni un ápice de esperanza. Pero mi obligación es pelear y seguir dando batalla. Hasta que lo deje.
De nuevo en otra encrucijada vital, de ésas que te ponen en la tesitura de dar un paso adelante para garantizar quién sabe qué, o sentarte y decidir que donde estamos es un buen sitio para quedarse y ver la vida pasar. He decidido que es mi deber, que no mi convencimiento, pelear.
Desde hace un par de años no tengo motivos ni razones ni ilusión por nada. Hace tiempo quería cambiar mi vida, quería mejorar, quería pelear y perseguir algún sueño. Pero ya no. No queda nada de esperanza, ni ganas de cambiar. No queda nada, salvo oficio y el convencimiento de que es mi deber hacer lo que hago. Sólo deber. Ya no hay fe. ¡Cómo envidio a la gente que tiene fe, que tiene ambición, que tiene esperanza! A mí no me quedan razones para levantarme cada mañana, para partirme la cara con el mundo, para que me la parta. Para huir a Berlín y no volver y buscar otros amaneceres junto a otros sueños rotos. Ya no me queda ni eso.
Realmente, tengo ganas de sentarme los lunes al sol y no hacer nada, no ver a nadie. Pero, ya veis, sigo en mi trinchera, haciendo por mi cuenta la guerra contra todos.