Comienza la vuelta a la trinchera, y me apetece más bien poco. El mes de agosto se ha deslizado indolente, silencioso, perezoso, sin nada que remarcar. Ahora asoman zarpazos de melancolía que amenazan con tormenta, cómo no. Y pocas ganas de arrostrar las ciénagas de lo cotidiano a la vuelta. No he tenido tiempo suficiente ni motivos para recuperar un atisbo de esperanza. Sabía que iba a ser así.
Queda una semana para hacerme a la idea, para recuperar el tiempo perdido y salvar suficientes enseres de la playa como para aguantar otro año en mi isla desierta.
Necesito un concierto, pero este verano no ha podido ser.