¿Qué puedo hacer yo?

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Hoy es uno de esos días malos. Malos de solemnidad. Uno de esos días en los que te levantas mal, física y psíquicamente. Y empiezan a llover los chuzos de punta. Chuzos vitales, me explico.

Ya la faena va de oficio. Por mucho que arrecie, simplemente es cuestión de organizarse, agarrar fuerte el fusil y disparar según el reglamento del ejército. Seguir las normas para hundimientos generalizados.

Pero cuando empieza en mundo a abofetearte de nuevo mientras se ríe de ti, es difícil no perder la fe. Cuando el egoísmo nos gobierna, la inacción, la indolencia, la soberbia. Cuando nadie hace nada por detener este marasmo que nos agota, que nos vacía, que nos ordeña, que nos succiona hasta la última gota de energía y de caudal, mientras mantiene vivo su egoísmo. Y nosotros, indolentes, inútiles, inermes, inanes, necios. Sin pelear, sin resistir, sin sacar cuajo ni arrestos para plantar cara a estos políticos que nos gobiernan para sí, a estos funcionarios que se limitan a agachar la cabeza y a cumplir la injusta voz de su amo, ya no sé si por miedo, sevicia o desinterés. La edad de hierro, en la que los padres no respetan a los hijos, y no me he confundido en el orden de los términos.

Nuestra sociedad, perezosa, simple, incapaz, egoísta. Que ni se levanta para salvarse, como ovejas ante el el verdugo. Ni ser toro bravo que muere matando. Ya ni eso.

Y luego viene la decepción, la defección. Personas que te decepcionan porque es lo más fácil, más fácil traicionar que pelear y arrostrar los rigores de la resistencia ante lo injusto, ante lo inicuo.

No queda sino batirse, es cierto. Es lo único que me queda para poder dormir en las noches eternas. Aún sabiendo que está condenado al fracaso, que todo es inútil, yermo, baldío. Que sería más fácil agachar la cabeza triste y dejar pasar, dejar hacer, mirar hacia otro lado. Cerrar los ojos y poner la mano para que caigan 30 denarios.

No lo pienso hacer. Solo, o con quien el destino y la vida me depare, pienso pelear con toda mis fuerzas y caer luchando, puesto que espada tengo. Sé que no servirá de mucho, que nadie me comprenderá ni entenderá por qué no agachar la cabeza y unirse a la masa pegajosa que se proclama mundo. Pero no puedo. No puedo salir a la calle y ver esta sociedad enfermo, este país enfermo que es incapaz de levantarse a abrir la ventana.

Es mi deber pelear por lo que deseo para mí, para mis hijos, para las personas que amo y que me aman.

Pido la paz y la palabra. Traigo fuego y espada y la mirada de los mil metros.

En el principio (Blas de Otero)

Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.

Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.

Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.

…porque la mayor locura que puede
hacer un hombre en esta vida es
dejarse morir, sin más ni más…
SANCHO
(Quijote, II cap. 74.)

Ímpetu (Blas de Otero)

Mas no todo ha de ser ruina y vacío.
No todo desescombro ni deshielo.
Encima de este hombro llevo el cielo,
y encima de este otro, un ancho río

de entusiasmo. Y, en medio, el cuerpo mío,
árbol de luz gritando desde el suelo.
Y, entre raíz mortal, fronda de anhelo,
mi corazón en pie, rayo sombrío.

Sólo el ansia me vence. Pero avanzo
sin dudar, sobre abismos infinitos,
con la mano tendida: si no alcanzo

con la mano, ¡ya alcanzaré con gritos!
y sigo, siempre, en pie, y así, me lanzo
al mar, desde una fronda de apetitos.

De «Ángel fieramente humano» 1950