Me acabo de dar una vuelta por los mentideros locales, y se me ha caído el alma a los pies. No lo hacía, y tendré que dejar de hacerlo por mi salud. Pero da vergüenza. Da vergüenza este país.
Una amiga me acusa de generalizar, sobre todo en lo que respecta a los políticos. Hablo como si todos fuese iguales (que a veces creo que lo son), y ella me argumenta, con razón, que no lo son todos. Que no todos son corruptos ni han llegado ahí por medrar. Que hay algunos que están al servicio del pueblo, de los ciudadanos. Que hay políticos honrados. Que yo generalizo cuando los mando a todos al paredón, sin distinción de credo, ideología o sexo.
Tiene razón, debe de quedar algún justo en Sodoma, lo sé (¿llegaré a encontrar los 50 que necesitan, o ni entre todos a 10 hallaré?); pero esto está tan podrido que no se me ocurre solución alguno salvo quemarlo todo, convertir en estatuas de sal a los mirones y empezar de cero, a ver si con suerte esto nos dura otro tanto con cierta dignidad.
Me da vergüenza. Por ellos, porque se aprovechan de nosotros para vivir y manipular, pero peores somos nosotros que nos dejamos hacer.
Responded a una pregunta: ¿Quién prefieres que te gobiernen, los justos o los de tu partido?
[…] Por la noche, al llegar a casa, puse un rato la tele y me vi frente a la tercera situación: un par de ministros retorciendo de manera abyecta la lengua española, de la que parecían ignorar los más elementales recursos -ministros del Gobierno de España, insisto-, para enumerar, sin que se les notara mucho lo siniestro, nuevos expolios, exacciones y vilezas. Para justificar una vez más su incompetencia, sus medias verdades, sus promesas incumplidas, los embustes encadenados con que disimulan su parálisis unos gobernantes enrocados en los privilegios de su puerca casta, sin el menor ánimo de renovación o cambio real; una dictadura fiscal gobernada por una pantalla de plasma, cuya única baza para mantenerse en el poder es la que le regala, sin mérito y por la cara, la inexistencia de una oposición eficaz o al menos respetable; la mediocre estupidez de una clase política que en su mayor parte, sin distinción de siglas, es egoísta, inculta, grosera. Pero ojo. Todo eso lo es en sintonía con el ambiente general de esta España en la que trincan y medran. Con lo que pide la peña en este lugar indecoroso donde los policías tutean en los semáforos, los políticos ignoran la sintaxis, y los curas torpes, olvidando que sin distancia no hay mito que sobreviva, convierten los talentos en millones y las arcas de la parábola en bancos con cajero automático. Y en manos de unos y otros, en este infame compadreo que no pretende igualdad de oportunidades para que todos lleguen a donde merezcan llegar, sino rebajarlo todo al triste nivel de los más zafios y tarugos, nos vamos despacio, inexorablemente, a la mismísima mierda.