Dos kilómetros de paciencia

en

Con pocos nubarrones a la vista (aunque muy gordos), encaro la cuesta abajo de este curso, que es lo que marca mis días, noches y desesperanzas. Sin motivo alguno (o quizá con demasiados motivos, ya no tengo nada claro) ésta es una de las épocas más grises de mi vida. Sin motivos personales para seguir adelante, para pelear, todo se hace más cuesta arriba, y las preguntas sin respuesta me arrastran siempre, siempre, siempre abajo. ¡Qué descansada vida la del que huye…!

No sé quién me salvará, si me dejaré salvar, o si estoy equivocado y nunca estaré mejor que ahora.

Mañana ración extra de nervios.

Sólo pedía un chute de esperanza o ilusión, pero aquí estamos, más hundidos que nunca, viendo la pecera desde el fondo de la mano de Patricio, pensando que nunca veré más el sol.

A oscuras me parece un buen momento
para reconocer que la foto de mi alma es trucada.