Por fin se acaba la semana, y este viernes tan sólo sirve para sacar marrones. Todavía resuenan, poco, los coletazos de la decisión de Javier Marías de no aceptar el premio nacional de literatura. Con un par, en los tiempos que corren. Con los políticos blindándose, amparados por la policía, para poder seguir campando a sus anchas por este país desgraciado y desahuciado. Convirtiendo nuestra vida en una tiranía, en un gulag, en una opera bufa donde nos vemos relegados a los últimos papeles de pobres de solemnidad, de extras que mueren o matan para que siga adelante su opereta. Cada acto público al que va un político se convierte en una protesta que la policía acalla a palos, porque saben a ciencia cierta que es la única manera de mantener esto a raya, aunque no saben por cuánto tiempo.
Acusan a los que rodean el congreso que deben respetar a las instituciones. Pero es que no quieren admitir que son ellos los que han conseguido desprestigiarlo todo, manipularnos a todos, como con los vascos y catalanes. Todavía siguen vendiendo a sus padres, vendiéndonos a todos para mantenerse.
Quizá un día no quedemos para rodear el congreso. Quizá un día quedemos todos, toda España, a las 10 de la mañana, todos sin excepción, para ir a los ayuntamientos, congresos, diputaciones, consejerías, sacar a todos los políticos a la calle y lincharlos. Matarlos públicamente con mofa, befa y escarnio público. Quizá necesitemos 1000 muertos, entre políticos, policías y gente, para que estos ladrones se vayan del país y nos dejen en paz.