No sé si por convención o por convicción, pero todavía aguanto. Aunque los días son duros y las noches largas, y la tristeza está ahora de algarada, arriba y abajo por mi vida desmantelada y yerma. No lo śe, porque ya no llegan mensajeros de ninguna parte, pero no debe quedar nadie vivo. No queda fortaleza que guarde nada de mí, quizá porque realmente no queda nada que proteger en mi corazón ni en mi persona. Mi corazón camina ya sin miedo, con la mirada de los 1000 metros, sin miedo a lo que venga y sin mirar al pasado. Simplemente una cuestión de supervivencia.
De lo material no me quejo en lo más mínimo: con la que está cayendo, me siento afortunado. De lo espiritual, mejor no hablar.