Perdido como un pato en el Manzanares

en

Acaba una mala semana, que enlaza con otra aún peor. Esta semana ha habido muchos kilómetros, mucho cansancio, demasiado apacentarse de viento. Con las noticias abofeteando una conciencia anestesiada, con el país hundiéndose, el mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos. Con pesadilla tras pesadilla tras pesadilla tras pesadilla, sin poder dormir, sin descansar.

Sin encontrarle sentido a todo esto. Sin encontrarle sentido a Ítaca.

Y no que esté mal si las cosas nos encuentran otra vez cada día y son las mismas. Que a nuestro lado haya la misma mujer, el mismo reloj, y que la novela abierta sobre la mesa eche a andar otra vez en la bicicleta de nuestros anteojos, ¿por qué estaría mal? Pero como un toro triste hay que agachar la cabeza.

Ítaca, pobre y desgraciada. La Ítaca que yo escogí, por la que luché y amé y lloré, y ahora me ahoga, me aprisiona, me hunde. Deseando que no sea Ítaca, que el camino no haya acabado todavía, que quede guerra todavía en mis bolsillos.

No ha sido una buena semana, y eso que tenía todos los ingredientes para serlo. Quizá sólo faltaba el amor.

Será por eso.

Pensando muy, muy seriamente en abandonar el país. En huir, por primera vez en mi vida.

Peñíscola
Sábado con el Papa Luna