Nadie me dijo que hacer lo que debes dolía tanto, y sin embargo sigo adelante. Con mi corazón roto.
Tras meterme entre pecho y espalda una hora corriendo con Rebeca Jiménez, y que mi cuerpo me diga «hasta aquí» y a mi mente se le vaya la pinza y entre en nivel de melancolía 9 sobre 10, y además con cambio de rumbo.
Tras pasarme la noche soñando contigo, cantando en mi mente, en mis sueños, una y otra vez, «Tal vez te acuerdes de mí» y «Compás de espera«. Lo juro. Una pesadilla tras otra.
Para llegar a un día, el de hoy, duro y desagradable, que siembra de dudas todo lo que hago, todo lo que planeo, todo lo que con la mejor intención intento, y se me queda la cara de gilipollas, sin saber qué está bien y qué está mal, si era lo correcto. Si es lo correcto.
Y todo para que hoy sirva de preámbulo a días peores, con el miércoles como fin de fiesta, con todo encima y nada, nadie que te guarde la espalda. Siempre saltando sin red, siempre haciendo lo que hay que hacer aunque haya un mar de dudas en tu interior.
Esta vez no me salva ni Bob Dylan ni Tom Waits ni Quique González. Ni siquiera Rebequita Jiménez.
Además, le debo una a Amparo.
Estoy bien, gracias.