El tiempo pasa, la vida pasa, y es inevitable darte cuenta de que casi todo te pasa factura, de que la gente demuestra cómo es, cómo somos, aunque no queramos admitirlo, aunque nos neguemos a admitirlo, aunque el corazón roto y muerto y desfallecido no lo haga. Pero la cabeza es la que manda en hundimientos generalizados.
Analizando los datos de tres o cuatro personas, muy queridas y en las que mi corazón había puesto muchas esperanzas, uno no puede dejar de llegar a la conclusión de que los puntos de vista son diferentes, los sistemas de referencia, las escalas son diferentes; de que tengo que aprender a decir que no, a no hipotecar corazón y esperanza en empresas abocadas al dolor.
Pero sigo teniendo la conciencia tranquila, las lealtades que uno compromete, el camino de dolor recorrido y que algunos no han entendido ni comprendido, y que otros han pavimentado de espinas y aun ahora siguen apedreándome. Pero tenía que cruzarlo. Debía pasar. Estoy saliendo. Se acerca el invierno.
Siempre me ha gustado el frío en el alma.
