En otra vida, en otro mundo, pero a tu lado

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Salgo a correr muchos días. Maltrato mi cuerpo, con la esperanza de agotarlo, de quemarlo, de romperlo, de que deje de rebelarse. También corro por salud, por imagen, por volver al mercado, pero en el fondo corro por rabia y dolor. Corro oyendo música poco recomendable para correr: Los secretos, Quique González, Ismael Serrano, canciones de amor para tiempos difíciles… Y mientras corro, sin aliento y sin resuello, con los músculos agarrotados y doloridos, voy mascullando palabras por lo bajo: «Mierda, puta mierda, hijos de la gran puta, me cago en su puta madre…». Todo en mi interior es rabia, dolor, resentimiento. Arrepentimiento, duda, envidia. Rencor, odio, vergüenza. Queda demasiado vómito en la sentina de mi alma, queda demasiado peso en la mochila. No estoy bien. No hago más que repasar errores, culposos y dolosos, cobardías, traiciones, desencuentros. No hago más que criticar mi vida, quemar mi vida, odiar mi vida. Ahora, planeando a ciegas en ese vacío del corazón, del alma, en que ahora me encuentro, dando una vuelta por el Otro Lado, como hace 15 años, no paro de pensar, no dejo de pensar.

Además, cuando ya llegaba a casa, después de todo este odio que exudaba por todos mis poros, han caído dos canciones de Los Secretos como una bomba en el vacío de mi corazón («y el verso cae al alma como al pasto el rocío»). Cargas de profundidad que han estallado de nuevo, y una onda de presión me alcanza y me sacude. Pienso, después de hacerme 11 kilómetros y destrozar mi cuerpo y mi alma y mi corazón, que la vida es terriblemente injusta. Que he tenido muy mala suerte. Todo lo que he hecho en esta vida, todo lo que me han hecho hacer ha sido un esfuerzo baldío, un agotamiento infinito para dar pan a perro ajeno. Todo lo que he hecho «por mi casa, por mi bien, por mi futuro» no ha sido ni por mi casa ni por mi bien ni por mi futuro. Que dejé todos mis sueños de lado por hacer lo que otros esperaban de mí, por hacer lo correcto. Al menos todo lo que tengo me lo he ganado yo, a base de dolor, de desengaño y de traición, de echarme todo a la espalda y seguir adelante siempre, de defender cada palmo de mi trinchera, de mi vida, de no rendirme nunca ante nada y de humillarme ante ellas.

Espero no hipotecarle la vida a mis hijos como me hicieron a mí. Intentaré decirle que vivan su vida, que persigan sus sueños. Que la vida correcta no es esa que esperan de ti, sino la que tú esperas de ti. Y no hay que dejarla de lado. No existe «la casa», un espacio común donde todo es de todos. La república independiente de mi casa, como dice Ikea. No existe. Mi casa es mi casa, no de mis hijos, así como la casa de mis padres fue de ellos, nunca fue mía. Todo lo que trabajé por ella, todo lo que hice por ella, lo perdí. Sólo que hice por mi casa lo conservo, a duras penas y con más odio que otra cosa. Pero al menos lo construí yo, mal o bien. No haré que mis hijos construyan mi casa: tienen que construir la suya, su vida. Tienen que perseguir sus sueños, su felicidad. Mi deber es enseñarles a ser eso: the searcher, el que persigue.

La de arriba fue una canción de esas que machacó mi corazón, la segunda fue la de abajo, una pura contradicción porque hoy no la vi, hoy no he visto a nadie más que a ese diablo que me flagela todos los días.

He muerto y he resucitado.
Con mis cenizas un árbol he plantado,
su fruto ha dado y desde hoy algo ha empezado.
He roto todos mis poemas,
los de tristezas y de penas,
lo he pensado y hoy sin dudar vuelvo a tu lado.
Ayúdame y te habré ayudado,
que hoy he soñado en otra vida,
en otro mundo, pero a tu lado.
Ya no persigo sueños rotos,
los he cosido con el hilo de tus ojos,
y te he cantado al son de acordes aún no inventados.
Ayúdame y te habré ayudado,
que hoy he soñado en otra vida,
en otro mundo, pero a tu lado.
Ayúdame y te habré ayudado,
que hoy he soñado en otra vida,
en otro mundo, pero a tu lado.