Días extraños

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Hay días en los que sería mejor no levantarse, pasarse la mañana y la tarde en la cama soñando, olvidando tu vida y viviendo la vida vicaria que nos da Morfeo, cuando decide honrarnos con su visita.

Hay días en que entierras cuatro sueños, cuatro ilusiones, cuatro esperanzas, y te sientas mirando al horizonte que no existe en busca de algo más por lo que pelear.

Pelear, ésa es la palabra. Ese remordimiento interno que crece y crece contra todo y contra todos, que te impele a llegar más allá, a demostrarle a todos que puedes y quieres.

Pero uno siempre hace una X en el lugar donde entierra a sus muertos, con la esperanza, una más que enterrar, de que algún día vuelva rescatar el tesoro, con el mapa en la mano, la pala, un loro al hombro y una cuadrilla de filibusteros de mala catadura y peores formas.

Así que sigo, aún no sé cómo porque no me ha dado tiempo, pero con mucha rabia y muchas ganas de pelear, ya no queda casi nada más. La esperanza de desenterrar las esperanzas perdidas. Y quizá, dentro de muchos años, recupere a Quique González sonando en la penumbra (he abandonado a Los Secretos), ese Lagavulin que te quema por dentro, y esa mujer desnuda y en lo oscuro a la que cantó Benedetti.

Pero me hago viejo, demasiado viejo, y ya no queda tiempo para escapar.