While you were sleeping, Elvis Perkins
No puedo con este país. No puedo de ninguna manera. Oigo la radio casi todos los días que bajo a Valencia, y en todas las noticias, todos los detalles que veo, me dan la impresión de vivir en una tiranía, astrosa, ramplona y torcida. Unos políticos profesionalizados, funcionarizados, que actúan como si todo fuera un teatro. Regulando, legislando, ordenando, leyes que nadie se cree, que nadie sigue ni respeta, leyes inspiradas en guiones, en obras de hombres más sabios, rectos, honrados (que no honestos), de allende de nuestras fronteras. Leyes y métodos que promulgan por mímica, por simpatía; pretendiendo recoger sin sembrar, recayendo todo sobre la piel del tambor, sobre la fiel infantería.
Estoy harto de anuncios sobre civismo, sobre honradez mal llamada honestidad, sobre responsabilidad social, sobre ecología, sobre ahorro, sobre reciclaje, sobre seguridad vial, sobre igualdad de sexo, que no de género, sobre tolerancia, sobre racismo. Todo recae sobre la población solitaria y desnuda. Todos somos responsables de este país, y pagamos con hacienda cuando no lo hacemos. Todos menos ellos. Menos los grandes, menos los poderosos. Exigen a los demás lo que ellos no cumplen. Perdonan al poderoso y afligen al pobre, al humilde.
Por ejemplo el ahorro de energía con el cambio de hora. Que ahorrará en este desgraciado país 300 millones de euros, de los cuales 90 corresponden a los hogares. Importantes cifras. Significa que 210 millones corresponden a empresas y administraciones. Un tercio frente a dos tercios. Así que debían dedicar dos tercios de su caudal, de su fuerza, de sus multas y de su policía, a dedicarse que empresas y administración sean solidarias, ahorren, reciclen, cívicas, equitativas, seguras…
Pero no. Es más barato el tercio que recae sobre los pobres. Porque se quejan menos, porque estamos más aborregados. Somos débiles y estamos desunidos. Y porque les importa un pito que todo esto se cumpla. Lo que les importa realmente es que el público que asiste impasible, abúlico, al teatro de la política y democracia, salga de la función creyendo que están haciendo lo correcto, lo que hace todo el mundo, lo que repiten como una salmodia interminable hasta que acabas, si no creyendo, aceptando.
Y mientras tanto ellos a lo suyo: a trincar. A vivir del cuento, a corromperse y corromper, a lucrarse con lo de todos sin rendir cuentas a nadie. A satisfacer a los poderosos a costa de los demás. Sin importarles un comino lo que nos pase, mientras ellos vivan. Mierda de democracia. Mierda de democracia que da, durante cuatro años, impunidad a los políticos para hacer su santa voluntad, siempre en beneficio propio. Mierda de elecciones donde se votan a los partidos y no a las personas, donde las listas se imponen y los votantes, aborregados y fanáticos, votan a ideologías que ni siquiera existen ya en el subconsciente de los políticos. Éstos sólo ven el poder.
Me iría de este puñetero país. Acabo de leer la saga de Millenium, y trasciende de ella una imagen de una sociedad y de unos políticos maduros, responsables, coherentes. Sabiendo que el beneficio del grupo beneficia siempre al individuo, y que lo contrario no se cumple y es egoísmo. Quiero irme a un sitio serio.
Parece mentira, pero la otra noche oí durante un poco, lo poco que me permite mi vida familiar, una entrevista a Pedro Ruiz. Persona que nunca ha sido santo de mi devoción pero, que cada vez que lo oigo hablar, coincido con él y lo veo como un tío lúcido, sensato, culto y coherente. Que es mucho decir de alguien en estos tiempos, según mi modo de ver el mundo. Él no creía en la democracia sino en la meritocracia (esta palabra no existe en el diccionario de la RAE). Que nos gobiernen los más preparados, los mejores en su campo. He conocido ministros de agricultura que no han pisado en su vida un campo, que no saben lo que vive y sufre un agricultor. O ministros de transportes que no conocen los problemas de los camioneros, que no han ido por una carretera más que en coche oficial y con el coche y el gasóil pagado por todos menos por él. Ministros de defensa que ni han hecho la mili ni saben lo que es el ejército. Nadie entiende nada de nada pero ahí están, dirigiendo el país. Saliendo en las fotos con miles de acólitos sonriéndoles, dándoles la mano y haciendo la vista gorda a su inutilidad supina.
Dijo Rajoy que su partido ponía a los hombres más capaces y mejores para los puestos que ocupaban, pero en política esto no es así. Está más arriba el que más entrepiernas y perineos lame, el de mayor don de gentes y mayores tragaderas. Quien comulga con ruejos de molino, y luego acaba descargando su amarga bilis sobre quien nada puede, sobre quien nada debe. Rajoy me dio miedo, porque conozco su partido desde dentro y, como todos, es la viva expresión del Principio de Peter.
Y esto no viene de hace poco. Estamos 3000 años admirando a los corruptos, robando al vecino, jodiendo al prójimo. Quien se ha dado cuenta ha predicado en desierto, ha sufrido mofa, befa y escarnio de quienes lo rodean. Y si no, leed, leed. (Podéis descargarlo aquí)