Me encanta la SGAE

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Son tan lerdos que se abocan ellos mismos, ciegos de avaricia, a su propio fin. Se han acorralado en posiciones insostenibles, injustificables.  Me alegra, porque la sitúa cada vez más en un terreno en el que los pocos que la apoyan se ven cada vez más en evidencia. Me refiero, obviamente, a los casos de Zalamea y Fuenteovejuna (Fuente Obejuna).  Por no recordar aquello de los conciertos benéficos para niños enfermos en os que también metió el cazo. Es algo inconcebible, incomprensible. Un ánimo de recaudar visceral, atávico e irracional que no para mientes en lo humano o lo divino. ¿A quién pagarán los derechos, a Lope, a Calderón?  ¿O a Bautista y Ramoncín? No obstante, reconforta ver como cada vez más se cava su propia tumba. Se granjea enemistades y oposiciones hasta en los más recalcitrantes. Algún gobierno acabará alguna vez con este impuesto revolucionario injusto, peor incluso que el de ETA.

Y como es de rigor, hay una palabra que debe aparecer cada vez que se nombra la SGAE (y relinchan los caballos).

Ladrones del mundo: temed cuando la Justicia (que no la ley), caigo sobre vosotros.