…que a estas alturas, cuando Ítaca está tan cerca que ya huelo el hedor de su decrepitud, me siento más derrotado que nunca. Que he abandonado todos mis sueños e ilusiones, y me limito a seguir adelante con algo de dignidad y pundonor, lo que algunas veces he llamado vergüenza torera, eficiencia contradictoria del funcionario que puede que pronto sea. Que ya no me importa nada llegar a Ítaca y encontrarla pobre, o morir de sed a la vista de sus palmeras. Que he abandonado todos mis aspiraciones, salvo unas pocas, poquísimas, inconfesables porque afectan a la ética, a la moral, a las buenas y malas costumbres, o porque son tan prosaicas y materialistas que no me apetece confesarlas.
Ya no tengo ganas de casi nada, no estoy ya para gorgoritos, y no ondeo la bandera de derrota porque va en contra de mis principios, pero estoy simplemente esperando a que llegue el fin. No queda mucho más.