El sábado estuve mirando los muros de la patria mía… No, no, que me voy. El sábado fui a la masía de Ferrer, una antigua masía de Segorbe que, arruinado el campo en este país traidor y cainita, se ha erigido en albergue rural con enorme éxito. Llegué a ella, 15 kilómetros adentro en la sierra Calderona, por un camino asfaltado repleto de coches. Una vez allí, todo estaba lleno de domingueros dedicados a hacer deporte y a vivir un fin de semana en el campo.
Yo, que he conocido ese monte con caminos maltrechos por donde sólo iban los cazadores y los agricultores, cuando el monte era aún virgen y sólo iba aquél que podía permitirse el sacrificio o no podía evitar la obligación, me veo apenado al ver esta macabra universalización y masificación de ese monte. La carcomida parte de Calderona que nos queda cada vez es más de todos y menos mía; cada vez es una extensión y un derecho más de las urbes para contentar, para satisfacer a sus habitantes a costa de los que vivimos allí. Me da mucha pena ver cómo todo se convierte en puro mercado