También hay una entrada de toros a la plaza, durante las fiestas patronales. Originalmente los labradores guiaban a los toros desde el río hasta la plaza del pueblo. Ahora esas entradas son famosas.
Recuerdo mis entradas de niño, de joven. Los balcones de mi tía Trini y de mi tía Amparín, o llegar con el Land Rover desde la masía, aparcar frente al quiosco Romebes y ver la entrada desde su capota. Eran otros tiempos.
Eran tiempos de caballos de labradores, de fiestas familiares, de la poca gente del pueblo y alrededores. De los toros de la merienda y del Baseliso vendiendo cacahuetes en cucuruchos de periódico y de las banderillas de papel de fumar y de toros embolados por calles en penumbra. De entradas lentas, con poca gente, corriendo a pie delante y detrás de los caballos.
Luego cambiaron los tiempos; aparecieron las peñas, los desfiles, el entierro de la sardina, las verbenas, las meriendas multitudinarias. Se acabaron los balcones, y Goyo me enseñó a ver las entradas desde la calle. Al principio estuvo muy bien. Recuerdo haber traído a algunos amigos por allá por el 92, cuando ya declinaba su momento cumbre, y francamente alucinaron. Aunque todavía seguían siendo fiestas muy familiares, espontáneas, naturales.
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No sé qué pasó. No sé por que hay gente que quiere que todo sea más grande, más famoso. Según ellos, mejor. Será algo connatural con la condición humana de querer llegar más lejos. O simplemente fue oportunismo político, económico. La hicieron fiesta de interés internacional, se metieron en rencillas políticas, en ordenanzas municipales, en palcos para autoridades e invitados, retransmisiones por televisión, sitios para reporteros. Comienza a organizarse para que sea según la imagen mental de los cuatro visionarios que dicen estar llevándonos al infinito y más allá. Las peñas decayeron, el ayuntamiento lo fiscalizó todo; todo ha dejado de ser espontáneo, natural; fiestas desnaturalizadas, procesadas para que sirvan bien a los intereses de unos pocos. Entradas masificadas, con caballos pura sangre y una parafernalia alrededor totalmente artificial.
Siento que nos han robado las fiestas. Que las han hecho famosas e internacionales a costa de hacerlas menos nuestras, de ponerlas al servicio de intereses bastardos que, mientan lo que mientan, no están al servicio de los ciudadanos. Son menos mías, menos populares, menos fiestas y más espectáculo.
En mi pueblo hay un río. No es tan grande como el Tajo, ni tan importante, pero es más mío.
El Tajo es más bello que el río que corre por mi aldea,
pero el Tajo no es más bello que el río que corre por mi aldea
porque el Tajo no es el río que corre por mi aldea.
El Tajo tiene grandes navíos
y todavía navega en él,
para quienes en todo ven lo que ya no existe,
la memoria de las naos.
El Tajo baja de España
y el Tajo entra en el mar en Portugal.
Todo el mundo lo sabe.
Pero pocos sabes cuál es el rio de mi aldea
y para dónde va
y de qué sitio viene.
Y por eso, porque pertenece a menos gente,
es más libre y mayor el río de mi aldea.
Por el Tajo se va al Mundo.
Más allá del Tajo está América
y la fortuna de quienes la encuentran.
Nadie ha pensado nunca en lo que hay más allá
del río de mi aldea.
El río de mi aldea no hace pensar en nada.
Quien se encuentra a su lado, sólo a su lado está.
(Alberto Caeiro (Heterónimo de Fernando Pessoa), El guardador de rebaños)