Decía un buen amigo, Víctor Espinosa, que uno tiene la edad de la mujer a la que ama. Tenía mucha razón, y me acuerdo mucho de esas palabras, que me hacen varios años más joven, y me doy cuenta muchas veces, cuando veo compañeros míos del colegio que han envejecido de manera muy distinta a la mía.
A Víctor lo conocí en el AIDO, en la época de las purgas de Juan Carlos Soriano. Coincidimos allí tan sólo tres meses, y cuando me enteré de que se iba se me desmontaron bastante las cosas. Todo empezó a acabar, mal, por supuesto, desde aquel momento. Luego ya conocí a Viru, que se había ido, y empezó el rosario: Javi, Alvaro, todos los becarios a la calle, Enrique, Yolanda…
Guardo muy buenos recuerdos de todos ellos, los que salieron y los que se quedaron, y lo bueno y lo malo que pasó por allí. Todos al final se colocaron de una forma u otra, incluso yo. Gracias a ellos me matriculé del doctorado y me hicieron darme cuenta de que podía cumplir aquel sueño de quedarme en la universidad.
Luego coincidí con Víctor en Gandía. Es un tío cojonudo, de esos que uno elegiría para ir al fin del mundo, por cien mil motivos que no voy a relatar. Ahora parece que le va bien, algo normal en quien huyó de la UV para refugiarse en la UPV, donde al menos aprecian a uno un poco mejor en lo que vale.
Yo estuve allí con él, guardo muy buenos recuerdos y muy buena gente de Gandía, y cometí el error de irme, de marcharme, de volver a la UV. No sé dónde estaría ahora, pero todo hace suponer que estaría bastante mejor. Fue un gran error, creo que el mayor de mi vida.
Pero, por acción u omisión, Cadharas me venció, y todavía estoy buscando la salida de las minas de Moria.
Hoy va por vosotros, los SEMAIDOs. A los idos y los permanecidos, os echo mucho de menos.
P.D.: Cuando consiga un escáner colgaré en esta entrada algo que muy pocos conservan, creo yo.